Thursday, February 19, 2009

en el lenguaje de los bisontes aburridos

protección

30 Junio del 05 (el dos mil no se dice).

y los ojos furiosos de ella se clavaron amenazantes y dijeron: está bien.

29 Junio del 05 (el dos mil no se dice).

No todos los taxis en Khartoum huelen a sueño. A perfume barato. A sobaco.
No en todos, los asientos han sido asesinados. Destripados.
Los taxis, digo, son reflejo-claro de su conductor.

El taxista que me llevó de vuelta a casa llevaba bigotito. Era tan bajo que miraba la calle a través del volante. A los coches que se cruzaban con aquel taxi debía de parecerles que llevaba una pasajera “blanca de aires alocados” , pero no conductor. Conducía tan deprisa que se metía como una flecha en cualquier espacio libre y obligaba a los demás coches (y burros de carga) a salirse de su carril.

Al pasar por el río Nilo, de agua color avellana, saqué la cabeza por la ventanilla. Sentí como el viento alborotaba mi pelo....bebí el gusto de su historia...

.... grosso error......

El taxista con bigotito se cabreó. Se giró.

dijo. (no,no,no.....(....).....)
dije. (perdón)

Subí la ventanilla.

El taxista con bigotito la tomó conmigo. Con la blanca de aires alocados. Su bigotito se movía de arriba-abajo, de abajo-arriba, con cada palabra subida de tono que decía.... No paró el taxi. Seguía a toda pastilla, despotricando. Sabía que tenía ventaja. Que no entendía ni una palabra. Jaque mate a la reina.

Por el espejo retrovisor le miraba con disimulo. Tenía los ojos tristones, quizás por verse obligado a llevar ese gorrito de ganchillo blanco, ladeado y el cinturón de seguridad que se le clavaba en la colgante papada.
Es una crueldad innecesaria hacer que un hombre tan mayor lleve ese tipo de gorrito de ganchillo blanco y que nadie le advierta, que para colmo, esta ladeado.
Era una crueldad por mi parte decirle, en contra de la opinión del paso del tiempo, cómo debía colgarse las carnes de la barbilla....

Vamos, digo.

Así que no insistí y le deje conducir.
Todos en la oficina se quedaron perplejos al verme de vuelta tan pronto. Tan veloz. Tan a la carrera.
Bajamos al unísono del taxi.
Un bigotito con gorrito blanco de ganchillo ladeado.
Una blanca de aires alocados.
El, con su papada y sus ojos tristones, pidiendo cambio de 1000 dinars.
Ella, con el aroma del Nilo aún en su cuerpo.

Me dijo algo, algo que no entendí.
El guarda de seguridad lo tradujo:
Y le contesté. Muy educadamente, pues ya me había aguantado crueldades suficientes:
<¿Por qué no se pone una almohada o un cojín en el asiento? Así vería mejor la carretera>
El guarda de seguridad tradujo.
El bigotito contestó: < ¿Por qué no se mete en sus asuntos, señora?>

Tenía razón.

Sin duda, otra crueldad innecesaria....

Wednesday, February 18, 2009

28 de junio del 05 (el dos mil no se dice).




Prestadme oídos..... Sordos.
Prestadme oídos.....

La terraza de casa tiene ECO.
Esta al descubierto, pero padece de ECO.
Junto al viento sahariano, hacen de esta curiosa patología un bien desafortunado si te quedas atrapada.
Sin puertas que abrir.... al estar cerradas.

Después de un rato, como si hubiéramos llegado a un acuerdo, el viento sahariano se detuvo. Quieto. Fue entonces cuando grité de nuevo.

Prestadme oídos.... Prestádmelos, por dios!

Pero el sonido del “rezo” emergía del templo con un estrépito cada vez mayor, que acentuaba el pasotismo de los escasos transeúntes de la calle solitaria, del único árbol autóctono de la zona.

Y así estuve, sin aliento, con mi colilla de cigarro rubio en la manos, con miedo a traspasar el umbral de la paz de este lugar. Sin gritar, por no despertar a Alá.

De pronto deseé no estar ahí. En esa terraza enorme como un bostezo...

Pasaron las horas, me hice al descuido. Me di cuenta que en mis pensamientos había un ligero matiz, delicado y morado, de envidia. Preferí no pensar a quien envidiaba. Pero llegué a un mundo en donde los Martes hay cine de tarde y cerveza con limón y dedos entrelazados y súbitas sonrisas.

Y yo allí. Encerrada en mi gran bostezo.

Canté canciones, con convicción, como si realmente me supiera la letra.
Intentaba convencerme de que, considerado en términos vagos, no era más que un hecho insignificante, el estar encerrada en una terraza enorme como un bostezo sin nadie que pudiera verme. Oírme.

Pensé en lo cómico de la situación... pero no encontré ningún consuelo al pensarlo.

Y el ruido cesó.

Y fue entonces cuando “Mario” miró al cielo. A ese puntito diminuto que era yo entre el aparato dental de mi gran bostezo. Una baranda de hierros forjados, un diminuto punto, en lo alto... “Mario” miraba extrañado. Con esa observación olfativa de los grandes amigos, desató mi grito:

<H-E-L-P....... M-E>

Superman “Mario”, con túnica blanca y gorrito de ganchillo, con sus chanclas de piscina azules y su sonrisa de medio lado, emprendió la carrera. “Mario”, el hombre que quedó suspendido en algún punto entre el paraíso y la tierra, el hombre con esa expresión en el rostro (como unos signos de interrogación que se deslizan entre las páginas de un libro sin encontrar nunca en que frase colocarse)... ese hombre... venía a rescatarme.

Y lo hizo.
Me rescató.
Y pegó paliza soberana al guarda por no haber hecho la ronda.
Le pegó, por no engrasar la cerradura de la puerta por fuera... ni por dentro
Le pegó por no haber rezado sus oraciones. Por pillarle dormido.
Y sí.... le pegó por tener a la española dos horas en espera, engullida en un gran bostezo con aparato dental y sin cigarrillos.

Yo no le pegué. Ni me enfadé. Simplemente fui a por mis cigarrillos... Alá-sabrá-por-qué.

26 de junio del 05 (el dos mil no se dice).

Creo que hasta hoy nunca he conocido a un hombre que hable de su mundo – de lo que es, de cómo ha llegado a serlo o de lo que piensa que será de el – del mismo modo que otros puedan hablar de su trabajo, de sus amigos o sus fines de semana en la playa.

El hombre con el que compartí hoy un botellín de agua tenía el aspecto de un oso con malas pulgas. Estar con el allí sentada, bajo la sombra de una tela de nylon roída, me hizo sentir como si mi alma hubiera salido de mi “islita-patria” para abrirme a los insólitos confines de su mundo. Un mundo de tamaño oso.

¿Os habéis sentido alguna vez como si el mundo os perteneciera? ¿Cómo si el mundo estuviera ante vosotros como un ratoncito en una mesa de disección pidiendo que lo examinasen?

El hombre oso, sí.
El hombre oso me habló de quién es. De cómo ha llegado a serlo. Qué piensa será de él.

En lo que dura una botella de agua a sorbitos, el hombre oso me ofreció “los grandes éxitos de su vida” . En fascículos fáciles de llevar. En inglés. Con acento divertido.

Así hizo:

Sorbito. Quien soy.
Sorbito. Cómo llegué a ser lo que soy.
Sorbito. Qué pienso será de mi.
Sorbito. Se acabó el agua. Masalaama. (adiós).

Podría presentar una queja por escrito al hombre oso.
Incluso ahora, cuando bebo sorbitos de agua, el recuerdo de su vida se encadena con cada gota.
Una queja por escrito que diga:

Querido hombre oso (dos puntos) desde la tarde en que usted apareciera en mi vida, los sorbitos de agua me llevan al mismísimo Mohammed Ali, el cual se remonta a 1821..... ¿Podría usted deshacer el hechizo? Sinceramente agradecida. Laura


.......

Pero desgraciadamente para mí, al volver al trabajo, la queja por escrito que presenté, me fue devuelta y con lacito, en bandeja de plata.

24 de junio del 05 (el dos mil no se dice).

A ambos lados de la tienda de comestibles había gente.

Simplemente había pasado a saludar a mi gran amigo “Mario” (lo que le provoca soltar una risilla nerviosa, pues su nombre no es Mario, aunque yo insista en llamarle así. Su verdadero nombre es Amid.)

Se oía un gran jaleo de gente y noté como el pulso me latía acelerado en el cuello.
De repente, esta calle siempre vacía, adquirió un aire de curiosa opulencia. Era como si una obesa dama hubiera decidido avanzar encogiendo la barriga por un estrecho pasillo.
Me aferré a “Mario” y me sentí como una isla en medio de un río de gente.
El sonido de un centenar de voces se extendió como un ruidoso paraguas por encima de “Mario” y mío.

Me llevó al lado de su hermano Rasid (al que también llamo “Mario”).
Me sonrió de la misma forma dulce que ayer lo hiciera.
“Salaam alaykum, Laura” dijo.
“Wa alaykum salaam, Mario” respondí.

Allí estábamos los dos. Atrapados en una boda. Que no sería la nuestra.

Un coche azul destartalado llevaba a la novia, que miraba por la ventanilla de atrás, con la cara parcialmente oculta por una mancha en el cristal. Los niños aplastaban sus naricillas contra las ventanas laterales del coche....

“Mario” seguía ahí. A mi lado. Sin nada que decir. Sin bodas en las que participar.

El hombre sin dientes pidió una pajita.
No llevaba nada, excepto una botella “de las que ya no se usan” de coca-cola en las manos. Como si se tratase de un trofeo de plata recién esculpido. A través del cristal de la botella medio vacía se veía su túnica blanca, pero sin solución de continuidad.

“Mario” no le hizo pagar la pajita.

El hombre que estaba de pie junto al coche azul destartalado, sosteniendo a su hija en brazos, levantó su mirada y se encontró con la mía. Sensaciones inexplicables se quedaron plegadas como un acordeón en un momento único y fugaz cuando me regaló su sonrisa de bienvenida. Me cogió desprevenida. Mis marcas, mis heridas de antiguas guerras y los días en los que no fui yo misma, todo, absolutamente todo, cayó al suelo.
Cuando me fijé ya no estaba. Pero sí su aura. Un resplandor palpable que era tan fácil de ver como el agua en un río o el sol en el cielo. Tan obvio que nadie se dio cuenta. Excepto yo.
En aquel breve instante levanté la mirada y vi cosas que no había visto antes. Cosas que habían estado más allá de los límites hasta entonces, ocultas por las ojeras de Madrid.

Cosas sencillas.

Como, por ejemplo, que ya no hay boda en Septiembre. Que ya no tenía que buscar respuestas. Que no había sido culpa mía.
Sentí que el no es necesariamente el único que puede dar regalos. Que yo también tengo regalos que ofrecer....

Aquel conocimiento me traspasó limpiamente, como la hoja afilada de un cuchillo.
Fría y caliente al mismo tiempo. Duró solo un instante.

....

Simplemente, como algunos animales, había adquirido un reflejo condicionado.

23 de junio del 05 (el dos mil no se dice).


nilo
En el camino de vuelta a casa, deambulando bajo el sol, he parado un segundo.

Una pequeña cosa olvidada.
Nada que nadie fuera a echar de menos.
Un descuido.
Con cabreo dentro.

Así que alguien me vería pasar:

Pasar por delante de túnicas blancas y piececitos negros.
Pasar por delante de perros vagabundos que también buscan su sombra.
Pasar por delante del único árbol autóctono en la zona.
Pasar por delante de colores: rojo arena, rojo cielo, rojo polvo, rojo túnica, rojo piedra. Rojo.
Pasar por delante de un jardín abandonado.
Pasar por delante de montones de granos de pimienta negra.
Pasar por delante del hombre viejo sin el ojo derecho.
Pasar por delante de la tienda de comestibles.

Entrar.

Comprar a-g-u-a.

Y volver.

Alguien me vería pasar, digo. No será cierto este sentimiento que tengo, ese de “pasar desapercibida” delante de túnicas y piececitos negros, perros vagabundos que también buscan su sombra, del único árbol autóctono de la zona, de colores rojo arena, rojo cielo, rojo polvo, rojo túnica, rojo piedra, de un jardín abandonado, de montones de granos de pimienta negra, del hombre viejo sin el ojo derecho, de la tienda de comestibles.

Alguien me vería entrar.
Comprar a-g-u-a.
Y volver.


¿No? .....

¿No?....

.....pues va a ser que no.

22 de junio del 05 (el dos mil no se dice).

Son las 3.oo am en Khartoum.
2.00 am en Madrid .
1.oo am en Oporto.

He abierto mis ojos verdes, de un verde grisáceo, de golpe.

Despierta.
Despabilada.
Despejada.

Aparté el sueño de modo contundente. Brusco. Zas-zas!. Fuera sueño.

Las ganas de entrar de nuevo en un mundo impenetrable, en mi dulce sueño, se fueron como el viento que sigue azotando las calles. El sueño se convierte así, en parte de una broma pesada.

Sin embargo, no ha sido del todo culpa mía que se me escapara de las manos, como una peonza que sale girando enloquecida. Más bien fue ella, la sonrisa de mujer de “encías de un color rosa extraordinario” quien puso demasiado café en mi taza de café. Horas atrás. Se bajó del taburete y calentó agua, con el polvo del suelo todavía en sus pies.

Esta mañana estaban de nuevo allí. Los niños que viven en la carretera principal han aprendido a esperar. A observar. A no pensar. A moverse rápidos como un rayo para que sus piececitos no sean atropellados. Sin vigilancia alguna cruzan la Rua, regresan jadeando y bizcos por el esfuerzo, con unas monedas, con algún billetito de esos que se regalan... o con nada. Dos orillas de peces-coches marcará así el futuro de estos niños. Esos corazoncitos felices que se lanzan al caos de carros llenos de colores, demasiado pequeños unos, con “polio” otros, me parten sinceramente el alma.

A veces (será por la costumbre de echaros de menos en todos mis viajes) hago cosas que soléis hacer. (La locura de África revolotea a mi alrededor, como un camarero servicial en un restaurante caro, de esos que encienden cigarrillos y vuelven a llenar las copas). A veces, y solo a veces, digo, aunque jamás lo revelaré, hago cosas que soléis hacer... No me cabe la menor duda sobre la ventaja de este trato: hacer cosas que soléis hacer a cambio de no echaros tanto de menos.

Mis ojos siempre tardan un rato en acostumbrarse a la luz. Pero cuando esta se disuelve y es un genio con gorro de cowboy quien me deslumbra, aseguro que llevo mis gafas de sol en el bolsillo derecho del chaleco.
Con nombre Giovanni y unos ojos azules (demasiado azul) al otro lado de la mesa de su despacho UNCHR , perdí sentido a todo trabajo realizado e incrementé sueños de UN y OMS. Sobre la pared, a su espalda, en grande, nombre completo: “Giovanni Lepra” . Programme Officer. United Nations High Commissioner for Refugees.
Estaba un poco fresco. Un poco húmedo. Un poco silencioso. El aire.

Creo que fue en ese instante cuando deje de pensar. El tiempo de pensar había llegado y se había ido. No podía hacer dos cosas a la vez. Así que opté por escuchar. Escuchar al cowboy italiano de ojos azul (demasiado azul) fue lo mejor que pude hacer.

Ahora recuerdo sus palabras.
El gorro cowboy dijo: “Eres demasiado joven”
“¿Para qué?”, pregunté.
El gorro cowboy afirmó: “Para todo”.

Debió sentir el asombro de mis ojos ante el secreto revelado y me sonrió como quien sonríe a alguien “demasiado joven para todo”.

A las puertas de su despacho, concluido el tiempo de hechizo programado, el gorro cowboy dio unos toquecitos en mi hombro izquierdo. Unos toquecitos “pim-pim” no violentos. Inquietos.
Inspiré profundamente y me giré.
El hombre AHNCR me sonrió y almacené, lo que entonces me reveló, para la posteridad:
“ Eres demasiado joven para todo.... incluso demasiado joven para ser tan inteligente”

El silencio que siguió en mi, camino de vuelta a casa, fue reflejo, sin duda, de la inseguridad provocada por aquella sentencia.

De vida.
Eso sí....
De vida.

21 de junio del 05 (el dos mil no se dice).

Esta noche esta mujer que escribe es peligrosa. Mi desesperación es total.

“Habana Blues” es la culpable. La peli de nuevo en mi retina. He oído los latidos salvajes del corazón del protagonista. He querido abrazarle hasta que se calmara. Un poco. Solo un poco. Pero la pantalla del ordenador se interponía. Quien pudiera darle un beso entonces. Un beso que exija otro beso a cambio. Intercambio de besos en noche de luna llena, en Khartoum.

Estos meses atrás sucedió en Madrid. Me refiero a que el terror marcó el tiempo. Dictó el ritmo en que un cuerpo responde a otro. Como si ya supiera la que escribe, que por cada estremecimiento de placer, pagaría con una medida igual de dolor. Como si supiese que cuanto más lejos llegase, más atrapada estaría. La que escribe se iba a Sudan. Así que me contuve. Pero eso solo empeora las cosas. Sólo acrecienta el deseo. ¿Cierto?

Así que la noche en Khartoum apoya los codos y me observa. Sentada en el suelo de mi terraza. Donde tan solo hace unos segundos se iban las termitas blancas rumbo al trabajo. En fila india.

Por las tardes (para conseguir un toque regional) a los ciudadanos se los envuelve en altavoces que inundan la ciudad. Rezos que llegan con el viento. Que no requieren demasiada concentración, pues cada cual sigue con lo suyo. La media hora de misa, en Madrid los Domingos a las 16.00, queda así empobrecida por 6 horas de plegaria al más estilo musulmán. Una vez más, justo ahora, la vieja ciudad se hincha como una garganta llena de voces.

Ha pasado el guarda de seguridad. Chequeo de tarde. Ha pasado de largo, ni grosero ni cortés. Simplemente en silencio.

Hoy conocí la sonrisa de una mujer. Tenía las encías de un color rosa extraordinario (como recompensa a toda una vida de vegetarianismo a ultranza). Una de esas mujeres de las que cuesta imaginar que alguna vez fueran niñas. O bebés. Parecía como si hubiera nacido siendo ya una mujer de mediana edad. Con turbante negro. Me puso el café y se fue. Con su sonrisa.

Tengo la clara sospecha de que ésta es la finalidad de mi viaje: Salaam alaykum – Wa alaykum salaam. (PEACE BE UPON YOU).

20 Junio del 05 (el dos mil no se dice).

Las cosas pueden cambiar en un solo día.

Dedos de color dedo escriben este mail, atacan el teclado a golpecitos tiernos. Fuera, el aire, ese huracán de zumbido penetrante, está alerta y caliente. Puedo oír la tarde que llega. El lento ventilador de techo. El sol detrás de las cortinas. La mosca que choca contra el cristal de la ventana. Pero aquí no hay lagartijas de patas pulpo. Ni pasos de gallina de patio. Como en Botswana.

Khartoum.

Es que estamos en Khartoum.

Donde los sueños son capturados y resoñados.

Es una casa preciosa. De paredes que fueron blancas. Pero pintadas ahora con colores pasteles. Esto hace que parezca más vieja de lo que es en realidad. Como un tesoro hundido, sacado a la superficie desde el fondo del océano, respirando burbujas a través de sus ventanas rotas. La terraza es un agujerito enorme, como un bostezo. Un agujero donde contemplar los rojos del paisaje. Y comerlo. Por el viento incansable... salgo a fumar allí mis cigarrillos, rodeada de nubes densas como el humo de fábrica. La arena del desierto me rodea con noticias del Sur...

Allí arriba siento que ocupo muy poco espacio en el mundo.
Aquí abajo siento que soy una burbuja de silencio que flota en un mar de ruido. De TV. Noticias internacionales que Pancho escucha. Tiene los ojos almendrados y somnolientos. Pero escucha las noticias con aire de triunfo apenas disimulado. Esta encantado de seguir despierto. Todavía despierto. La guerra del sueño. Jet lag.

¿Me prometes que escribirás?.
Te lo prometo, contesté sin ser realmente consciente de la situación. En ese pájaro de acero, en pleno cielo del Cairo camino de Sudán. A las 5am.

Más tarde, cuando me ví en la oficina de US, el hecho de que mis pies estuvieran en país sudanés y que no me hubieran arrebatado mis pensamientos de pájaro de acero volador, me afectaron profundamente. Así que pasado un día en Khartoum me senté delante de este teclado, como un intento de restaurar mis pensamientos.

Y aún más tarde, cuando la polvareda se unió a mi pelo y piel, cuando tejía mi nueva historia de humo en la terraza, me doy cuenta que todo este tiempo, lo único que hice fue escuchar con suma atención y cortesía, mis miedos a lo desconocido....

¿Me prometes que escribirás?. ¿Aunque no tengas nada que decir?
No estaba segura de la intención de la pregunta. Así que no contesté.