Wednesday, February 18, 2009

22 de junio del 05 (el dos mil no se dice).

Son las 3.oo am en Khartoum.
2.00 am en Madrid .
1.oo am en Oporto.

He abierto mis ojos verdes, de un verde grisáceo, de golpe.

Despierta.
Despabilada.
Despejada.

Aparté el sueño de modo contundente. Brusco. Zas-zas!. Fuera sueño.

Las ganas de entrar de nuevo en un mundo impenetrable, en mi dulce sueño, se fueron como el viento que sigue azotando las calles. El sueño se convierte así, en parte de una broma pesada.

Sin embargo, no ha sido del todo culpa mía que se me escapara de las manos, como una peonza que sale girando enloquecida. Más bien fue ella, la sonrisa de mujer de “encías de un color rosa extraordinario” quien puso demasiado café en mi taza de café. Horas atrás. Se bajó del taburete y calentó agua, con el polvo del suelo todavía en sus pies.

Esta mañana estaban de nuevo allí. Los niños que viven en la carretera principal han aprendido a esperar. A observar. A no pensar. A moverse rápidos como un rayo para que sus piececitos no sean atropellados. Sin vigilancia alguna cruzan la Rua, regresan jadeando y bizcos por el esfuerzo, con unas monedas, con algún billetito de esos que se regalan... o con nada. Dos orillas de peces-coches marcará así el futuro de estos niños. Esos corazoncitos felices que se lanzan al caos de carros llenos de colores, demasiado pequeños unos, con “polio” otros, me parten sinceramente el alma.

A veces (será por la costumbre de echaros de menos en todos mis viajes) hago cosas que soléis hacer. (La locura de África revolotea a mi alrededor, como un camarero servicial en un restaurante caro, de esos que encienden cigarrillos y vuelven a llenar las copas). A veces, y solo a veces, digo, aunque jamás lo revelaré, hago cosas que soléis hacer... No me cabe la menor duda sobre la ventaja de este trato: hacer cosas que soléis hacer a cambio de no echaros tanto de menos.

Mis ojos siempre tardan un rato en acostumbrarse a la luz. Pero cuando esta se disuelve y es un genio con gorro de cowboy quien me deslumbra, aseguro que llevo mis gafas de sol en el bolsillo derecho del chaleco.
Con nombre Giovanni y unos ojos azules (demasiado azul) al otro lado de la mesa de su despacho UNCHR , perdí sentido a todo trabajo realizado e incrementé sueños de UN y OMS. Sobre la pared, a su espalda, en grande, nombre completo: “Giovanni Lepra” . Programme Officer. United Nations High Commissioner for Refugees.
Estaba un poco fresco. Un poco húmedo. Un poco silencioso. El aire.

Creo que fue en ese instante cuando deje de pensar. El tiempo de pensar había llegado y se había ido. No podía hacer dos cosas a la vez. Así que opté por escuchar. Escuchar al cowboy italiano de ojos azul (demasiado azul) fue lo mejor que pude hacer.

Ahora recuerdo sus palabras.
El gorro cowboy dijo: “Eres demasiado joven”
“¿Para qué?”, pregunté.
El gorro cowboy afirmó: “Para todo”.

Debió sentir el asombro de mis ojos ante el secreto revelado y me sonrió como quien sonríe a alguien “demasiado joven para todo”.

A las puertas de su despacho, concluido el tiempo de hechizo programado, el gorro cowboy dio unos toquecitos en mi hombro izquierdo. Unos toquecitos “pim-pim” no violentos. Inquietos.
Inspiré profundamente y me giré.
El hombre AHNCR me sonrió y almacené, lo que entonces me reveló, para la posteridad:
“ Eres demasiado joven para todo.... incluso demasiado joven para ser tan inteligente”

El silencio que siguió en mi, camino de vuelta a casa, fue reflejo, sin duda, de la inseguridad provocada por aquella sentencia.

De vida.
Eso sí....
De vida.

1 comment:

  1. Eso fue hace solo cinco años Laura. Cuantos años tenés?
    que BUENA historia, me gustó

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