Wednesday, February 18, 2009

28 de junio del 05 (el dos mil no se dice).




Prestadme oídos..... Sordos.
Prestadme oídos.....

La terraza de casa tiene ECO.
Esta al descubierto, pero padece de ECO.
Junto al viento sahariano, hacen de esta curiosa patología un bien desafortunado si te quedas atrapada.
Sin puertas que abrir.... al estar cerradas.

Después de un rato, como si hubiéramos llegado a un acuerdo, el viento sahariano se detuvo. Quieto. Fue entonces cuando grité de nuevo.

Prestadme oídos.... Prestádmelos, por dios!

Pero el sonido del “rezo” emergía del templo con un estrépito cada vez mayor, que acentuaba el pasotismo de los escasos transeúntes de la calle solitaria, del único árbol autóctono de la zona.

Y así estuve, sin aliento, con mi colilla de cigarro rubio en la manos, con miedo a traspasar el umbral de la paz de este lugar. Sin gritar, por no despertar a Alá.

De pronto deseé no estar ahí. En esa terraza enorme como un bostezo...

Pasaron las horas, me hice al descuido. Me di cuenta que en mis pensamientos había un ligero matiz, delicado y morado, de envidia. Preferí no pensar a quien envidiaba. Pero llegué a un mundo en donde los Martes hay cine de tarde y cerveza con limón y dedos entrelazados y súbitas sonrisas.

Y yo allí. Encerrada en mi gran bostezo.

Canté canciones, con convicción, como si realmente me supiera la letra.
Intentaba convencerme de que, considerado en términos vagos, no era más que un hecho insignificante, el estar encerrada en una terraza enorme como un bostezo sin nadie que pudiera verme. Oírme.

Pensé en lo cómico de la situación... pero no encontré ningún consuelo al pensarlo.

Y el ruido cesó.

Y fue entonces cuando “Mario” miró al cielo. A ese puntito diminuto que era yo entre el aparato dental de mi gran bostezo. Una baranda de hierros forjados, un diminuto punto, en lo alto... “Mario” miraba extrañado. Con esa observación olfativa de los grandes amigos, desató mi grito:

<H-E-L-P....... M-E>

Superman “Mario”, con túnica blanca y gorrito de ganchillo, con sus chanclas de piscina azules y su sonrisa de medio lado, emprendió la carrera. “Mario”, el hombre que quedó suspendido en algún punto entre el paraíso y la tierra, el hombre con esa expresión en el rostro (como unos signos de interrogación que se deslizan entre las páginas de un libro sin encontrar nunca en que frase colocarse)... ese hombre... venía a rescatarme.

Y lo hizo.
Me rescató.
Y pegó paliza soberana al guarda por no haber hecho la ronda.
Le pegó, por no engrasar la cerradura de la puerta por fuera... ni por dentro
Le pegó por no haber rezado sus oraciones. Por pillarle dormido.
Y sí.... le pegó por tener a la española dos horas en espera, engullida en un gran bostezo con aparato dental y sin cigarrillos.

Yo no le pegué. Ni me enfadé. Simplemente fui a por mis cigarrillos... Alá-sabrá-por-qué.

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